El coordinador estaba fuera de todo esto. Tenía una cualidad infantil –o bien una especie de benevolencia– que lo alejaba de inmediato del drama de la destrucción. La contienda parecía demasiado sórdida para él. Los chicos, en especial los de pechera naranja, se resistían con reflejo inesperado a la acción del patrullaje; no fue falta, y listo.
La canchita había quedado atrás, mucho más allá del portón metálico estrangulado por la estructura de hierro que ahora vibra con los ecos tartamudos que llegan del subte. Como si un mundo surgiera de otro, el SUM luce como restorán chino en descomposición, la relación con lo imposible; las escasas mesas deshilachadas están amontonadas contra una pared cubierta casi en su totalidad por estampados adhesivos de deportistas sin nombre que ostentan meda