Pedro Morales

En el murmullo de los pasillos de la Universidad Nacional Experimental del Táchira (UNET), en la luz temprana que se cuela por las ventanas de los salones, en la espera silenciosa de quienes viajan kilómetros para aprender, late un pulso invisible: el alma universitaria. No es la suma de estadísticas ni la fría geometría de los informes lo que la define, sino la vocación profunda de quienes, día tras día, eligen ser parte de una comunidad que trasciende la materia y el tiempo.

El diagnóstico preciso del perfil estudiantil no es solo un ejercicio de rigor académico; es un acto de reconocimiento. Saber quiénes son nuestros estudiantes —sus edades, sus sueños, sus orígenes— es tender un puente de empatía entre la institución y cada vida que la habita. Es comprender que detrás

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