Podría decirse que Eduardo López Negrete y Justino Compeán son dos antihéroes de carne y hueso. Dos jóvenes que sin saber nada de música, y con las autoridades encima, pretendieron hacer una carrera de autos que terminó siendo el mítico concierto de Avándaro, en 1971.
La historia se verá a partir del próximo jueves con el lanzamiento en cines de Autos, mota y rocanrol, una docuficción que coincide con el 54 aniversario del recital que reunió entre 200 mil y 300 mil asistentes, cuando se esperaban máximos 10 veces menos, es decir, 25 mil.
“Fueron dos weyes a los que todo se les salió de control”, reflexiona Emiliano Zurita, quien se ha metido en la piel de Compeán.
“Eran dos amigos que querían emprender y de lo que querían inicialmente se volvió un festival grande, puso al rock mexicano