Con la tormenta de Santa Rosa -”Rosita” la llaman en Lima con una familiaridad alarmante, tal vez, porque fue suya y fue la primera santa de América-, se prolongó la salida de estos días de invierno intenso y seguidito que padecimos y padecemos en la Ciudad de Buenos Aires.

A los porteños nos esperanza que en estos días llega la primavera variable, llena de brotes, de pájaros eléctricos, de flores al nacer. Vienen brisas de un tiempo más hospitalario para quien quiera rumbear por los infinitos rumbos de una Buenos Aires cuya mejor definición no la encontré en un tango tristón, nostálgico o arrabalero, sino en una idea que tuvo un señor grande y discreto que trajinó largo la ciudad.

En “El Aleph”, ese clásico de clásicos de cuentos, Borges habla de una pequeña esfera que el protagonista

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