El final del verano trae consigo una estampa tan familiar como indeseada: unas uñas que han perdido por completo su brío. El cloro, la sal y el abuso de esmaltes de dejan tras de sí una estela de fragilidad y sequedad. Es la inevitable factura de las vacaciones , un peaje que se manifiesta en forma de descamación y una debilidad que pide a gritos un plan de rescate inmediato para recuperar su aspecto saludable.
Sin embargo, sería un error culpar únicamente a los excesos estivales. La salud de nuestras uñas es un delicado equilibrio que puede verse alterado por muchos otros factores a lo largo del año. Una dieta pobre en nutrientes, el estrés acumulado o el simple hecho de fregar los platos sin guantes son enemigos silenciosos que contribuyen a su deterioro, convirtiéndolas en un fiel r