Pedro Sánchez no es el primer mandatario que se cubre de sus problemas con la búsqueda de un enemigo exterior, pero sí es uno de los contados casos en los que la elección del alibi resulta ser uno de los aliados naturales de Occidente y actor fundamental en el avispero que supone el Oriente Próximo. Con un problema añadido, que el uso de una retórica exaltada, con acusaciones graves hacia Israel, contentará a su clientela interna más radical y, por supuesto, a unos socios de raíz comunista anclados desde siempre en el discurso antisemita, pero deja a la diplomacia española sin capacidad de reacción y en una posición de aislamiento en el seno de la Unión Europea. Podríamos añadir que el momento elegido para destacarse al frente de la manifestación antijudía, cuando uno de los portavoces de

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