Llego a la marcha en Washington D.C. con una mezcla de indignación y asombro. Indignación porque nunca pensé que en el corazón de una democracia histórica, vería tanques estacionados en esquinas y militares ocupando calles. Asombro porque, pese a todo, pese al calor asfixiante, pese a las redadas del FBI, de la Guardia Nacional, de ICE, ahí estaban 250 mil personas reunidas para defender lo que Trump pone en riesgo.

La avenida se convierte en un río humano. Un río alegre, multicultural, lleno de pancartas que gritan más fuerte que cualquier consigna presidencial: "Todos somos D.C.", "Fuera ICE", "Que se largue Trump", "No a la Policía militar", "Libertad para D.C.", "Americanos contra la oligarquía". Me detengo a leerlas como si fueran capítulos de una novela colectiva, escrita en cartón

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