Hárrison Santos soñó alguna vez, muy pequeño, con ser futbolista, jugar en un equipo importante, en un estadio lleno. Consideraba que tenía el talento y el coraje. Hasta que le dijeron que no en Santa Fe. Ese día lloró, sintió su primera gran frustración, era apenas un niño. “¿Y el micro, por qué no sigues con el micro?”, le dijeron sus conocidos. Hárrison era, ante todo, micrero, de esos micreros forjados en la cuadra, en el barrio, en la calle. “¿Puedo ser alguien con el micro?, se preguntó, sin imaginar que ese giro del destino lo llevaría a convertirse en una estrella del futsal, a jugar en el Barcelona y, ahora, en el Inter Movistar , el equipo más laureado del mundo, el Real Madrid de este deporte.
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