
Freud, en tantas cosas un fraude, definió un concepto enormemente útil para entender a la izquierda: proyección, el fenómeno por el que un individuo achaca a los demás las intenciones perversas que alberga él mismo.
Por eso solo oímos hablar incesantemente de los ultras para referirse exclusivamente a la derecha , de los extremistas y de su violencia. Por eso Joe Biden , en su primer discurso nada más llegar a la Presidencia, defendió muy serio que la mayor amenaza a la seguridad nacional estaba en la derecha trumpista y, sobre todo, en el virtualmente inexistente «supremacismo blanco».
Ya hace falta imaginación, cuando solo unos meses antes, durante la campaña electoral, un grupo de inspiración marxista llamado Black Lives Matter organizó algaradas violentas en una veintena de ciudades norteamericanas, con incendios, pillaje y algún muerto (daños colaterales, supongo).
Desde luego, el propio Biden, como Obama antes que él , no tuvieron ningún problema de violencia derechista, ningún intento de magnicidio, mientras que el actual presidente ya ha sido disparado una vez , salvándose por milímetros y por décimas de segundo, y ha habido un segundo intento.
En este tiempo, no han sido los comentaristas de izquierdas, por radicales que sean sus ideas -que todos los blancos deben ser exterminados, por ejemplo- quienes han tenido el menor problema para hablar en universidades , al contrario que todos -TODOS- los comentaristas tibiamente conservadores.
En nuestro país lo sabemos bien, con escraches violentos que, oh casualidad, solo afectaban a figuras de la derecha. Y si hablamos de palabras mayores, haga memoria para recordar el nombre de cinco o seis grupos terroristas.
Hablando de terrorismo, ese amor por silenciar al contrario a tiros, a verlo no como alguien equivocado, sino como alguien malvado que debe eliminarse, es lo que ayuda a explicar una paradoja que intriga a muchos pensadores: la alianza de hecho entre el islamismo y la izquierda. Están en polos opuestos en casi todo, pero coinciden en la necesidad de eliminar al infiel y al apóstata.
El panorama es tan inquietante que nos queremos convencer a nosotros mismos de que eso es un accidente de la izquierda moderna , no parte esencial de la izquierda de siempre. Mire la Historia y pronto despertará de esa ilusión.
Nació así. Marx decía que la violencia es la partera de la Historia, y Mao que el poder surge de la boca de un fusil. Y el poder es lo que busca, obsesivamente. Y, de hecho, la historia de la izquierda es un interminable reguero de sangre. Una clasificación de izquierda y derecha -no muy científica, lo sé- dividiría a las personas entre aquellas que solo aspiran a la dominación total y los que, fundamentalmente, solo quieren que les dejen en paz para ocuparse de sus cosas: trabajo, familia, amigos, aficiones . Por eso la izquierda domina el mensaje, porque va a por todas mientras la derecha quiere ganar una pelea en el barro siguiendo las reglas del Marqués de Queensbury.
Con todo esto me estoy refiriendo, naturalmente, a la reacción deplorable, pero esperable, d e la izquierda patria y norteamericana al vil asesinato de Charlie Kirk, una figura ascendente del soberanismo norteamericano de 31 años, que con solo 18 fundó Turning Point, un proyecto basado en la convicción de que la batalla cultural podía avanzarse mediante el diálogo abierto con los rivales ideológicos.
En los medios, la tónica era acentuar que el muerto era un ultramegahipertrumpista que vomitaba odio y que, no había que decirlo en alto, merecía lo que le pasó. En las redes sociales iban a calzón quitado, brindando alegremente por el asesinato ante su mujer y sus dos hijos de un tipo que nunca hizo otra cosa que invitar a sus rivales a debatir pacífica y cortésmente. Compruébenlo por ustedes mismos en YouTube.
Lo que me plantea la pregunta: ¿Por qué Charlie Kirk? La derecha soberanista está a rebosar de figuras conocidísimas, la inmensa mayoría más radicales y menos suaves y corteses en las formas que Charlie Kirk. Y solo se me ocurre que es precisamente por eso, que le odiaban precisamente porque él se negaba a odiarles , porque su arma era el argumento racional y el diálogo tranquilo: cualquiera, absolutamente cualquiera, podía hablar con él, por distinto y distante que fuera su ideario. Eso es lo que la izquierda no podía soportar de Charlie.
Así que creo que lo más apropiado es acabar esta columna con un tuit -trágicamente profético- de Charlie Kirk en 2016: «Se puede conocer mucho de una persona por cómo reacciona cuando alguien muere». Y ya hemos visto cómo lo hace la izquierda.