Por: Carlos Velázquez 13/09/2025 01:00:00
En ocasiones, la vocación se disfraza de accidente.
En 2002 me llevé de casa de mi cuate Alfonso Castro una máquina de escribir Olivetti que su tía había arrecholado después de jubilarse. Fue un impulso inextricable. Detrás de ese acto no se escondía la ambición de convertirme en escritor. Impulso también fue meter una hoja en blanco y comenzar a tipear. Mi contacto con la literatura hasta el momento había sido breve pero intenso. Era un lector tardío. En mi familia nunca circularon los libros excepto las novelas de Manuel Lafuente Estefanía que leía mi padre. No fui uno de esos niños a los que sus progenitores culturosos bombardean con los clásicos ilustrados. Pero el encontronazo que supuso el descubrimiento de la obra de José Agustín lo c