Un cambio de estado que transforma lo que antes bloqueaba la luz en un material capaz de dejarla pasar siempre ha despertado la curiosidad de la ciencia. Esa transición de lo opaco a lo transparente no solo plantea un reto tecnológico, también abre la puerta a posibles aplicaciones en arquitectura, biomedicina o diseño de nuevos materiales.
El atractivo reside en que algo aparentemente sólido pueda alterar su comportamiento visual sin necesidad de pigmentos o capas externas . La dificultad surge al intentar reproducir en un laboratorio o en la industria un fenómeno que en la naturaleza se da de manera espontánea. Y uno de los ejemplos más llamativos de esa capacidad se encuentra en la llamada flor esqueleto: la Diphylleia grayi .
La flor esqueleto sorprende por la manera en que sus pétalos cambian con la lluvia
Los pétalos de esta planta, originaria de regiones montañosas de Asia oriental, poseen una capacidad muy poco común. En condiciones de sequedad se presentan con un blanco opaco, pero al recibir agua se transforman en estructuras translúcidas en las que quedan visibles únicamente las venas internas.
Esta alteración depende de la forma en que el agua ocupa los espacios microscópicos entre las células, lo que permite que la luz atraviese el tejido en lugar de dispersarse . Una vez secos los pétalos, recuperan la opacidad original , cerrando un ciclo que sorprende tanto a botánicos como a observadores.
El nombre científico de esta planta procede del griego di y phyllon , que significa dos hojas , en referencia a la disposición de su follaje en pares. Su epíteto honra al botánico Samuel Frederick Gray , que en el siglo XIX realizó aportaciones relevantes en el estudio de la flora.
Además de su particular capacidad óptica, la Diphylleia grayi pertenece a la familia Berberidaceae y comparte vínculos con especies de interés medicinal como la mahonia o el mayapple. En su entorno natural alcanza alturas modestas, pero desarrolla hojas de gran tamaño que ofrecen un contraste visual con las pequeñas flores agrupadas en racimos.
Ingenieros de materiales e investigadores imitan a la naturaleza para crear soluciones innovadoras
El interés científico hacia esta flor ha ido más allá de la curiosidad estética. En la década de 1960, el botánico japonés Yanagi Kimura realizó ensayos con extractos de Diphylleia grayi y observó que contenían compuestos con actividad antitumoral en animales de laboratorio. Según recogió en sus publicaciones, aquellos compuestos se mostraban incluso más potentes que alcaloides de referencia como la colchicina o la podofilina. Aunque los estudios no se continuaron en profundidad, sentaron las bases para considerar que esta especie podía servir como fuente de sustancias bioactivas .
Años más tarde, su propiedad óptica se convirtió en modelo para ingenieros de materiales . Investigadores desarrollaron películas de polímeros porosos que replicaban el comportamiento de los pétalos. Secos, los poros llenos de aire dispersaban la luz y volvían el material opaco. Húmedos, el agua ocupaba esos huecos y permitía el paso de la luz, generando transparencia.
Este mecanismo, conocido como hidrocronismo , abrió la puerta a proyectos de ventanas inteligentes que se adaptan al nivel de humedad, o tejidos que cambian de aspecto sin necesidad de energía eléctrica.
Un avance reciente lo protagonizó un equipo de científicos chinos en 2025 al rediseñar el test ELISA , una técnica de diagnóstico muy utilizada en oncología. Inspirados en la flor, crearon membranas de nanofibras que se volvían transparentes al contacto con líquidos.
Tal y como señalaron en sus conclusiones, “el nuevo formato permitió detectar concentraciones 30 veces más bajas del antígeno prostático específico que las pruebas convencionales”. El resultado supuso una mejora importante en la capacidad de diagnóstico precoz , vinculando de forma directa un mecanismo vegetal con un desarrollo médico puntero.
La tradición japonesa y la conservación añaden otra dimensión a esta especie única
Más allá del laboratorio, la planta también forma parte de la cultura japonesa, donde recibe el nombre de sankayou . Su transformación efímera bajo la lluvia se relaciona con la noción de mono no aware , una idea estética que resalta la belleza de lo transitorio. En estos paisajes, la flor aparece como un ejemplo visual de cómo lo frágil puede adquirir otra forma ante cambios del entorno, algo que los visitantes valoran al recorrer senderos húmedos de montaña en primavera.
Sin embargo, la Diphylleia grayi presenta vulnerabilidades claras. Su distribución se limita a bosques concretos de Japón, China y Corea, además de un reducto en los Apalaches . La necesidad de ambientes frescos y húmedo s dificulta que prospere en jardines convencionales , lo que restringe su cultivo a colecciones especializadas.
Además, el impacto de la deforestación y el cambio en los patrones de lluvia amenaza su continuidad . Aunque la especie figura como no evaluada en la lista de la UICN, investigadores advierten que su crecimiento lento y sus hábitats fragmentados justifican atención preventiva.
En el ámbito ornamental, algunos viveros logran reproducirla bajo condiciones controladas, aunque exige cuidados muy específicos y paciencia por su desarrollo lento. Quienes han conseguido mantenerla en jardines destacan su singularidad en los días lluviosos , cuando el espectáculo de la transparencia transforma un rincón sombrío en algo extraordinario. Esa misma capacidad que complica su conservación en entornos alterados también la convierte en un referente de cómo la naturaleza resuelve con ingenio lo que para la ingeniería sigue siendo un reto mayúsculo .
En definitiva, la flor esqueleto ocupa un lugar especial entre las especies que inspiran ciencia y tradición. Su rareza en estado silvestre y la dificultad de replicar sus condiciones hacen qu e verla en plena transformación se convierta en una experiencia excepcional . Y quizá ahí resida parte de su encanto, en mostrarse tal cual es solo bajo la lluvia, como si guardara su secreto para quienes saben esperar.