Tres niños. Solos. Sin adultos en un mundo desaparecido. La distopía no puede resultar más perturbadora que cuando es interpretada por un tierno infante. Bien lo sabía Cormac McCarthy, al dejar que la mirada del pequeño protagonizara su novela y provocando que el lector se implicara en la narración de forma instantánea, quizás empujado por ese impulso visceral y programado en nuestra genética de proteger a las crías.
Sin embargo, Martín López Lam nunca ha necesitado de la llamada animal para que el lector se lance sin red a sus obras. El autor de títulos como Sirio, El año de la rata o El título no corresponde ha optado siempre por ubicar en el lado del lector las decisiones más complejas, retándolo y desconcertándolo ante la necesidad de encontrar su propia interpretación. En su nueva cr