Por
A mediados de los setenta, iba caminando por la calle Florida, así como si fuese un tango, y pasé por la Galería Jardín. Ahí, entré, me paré en la vidriera de Limbo, lo vi a Federico Moura y quedé obnubilada. Me dije: “¡Tiene la cara de mis dibujos!”. Lo que más me impresionó de él fue ese rostro increíble. Me sentí absolutamente atraída por esa cara. Además, tenía esa mirada felina que te hipnotizaba. Entonces, me acerqué a hablarle y le dije que quería ser su amiga. Puntualmente, le comenté: “Nosotros tenemos que ser amigos porque vos sos como un dibujo mío, sos un personaje de mi imaginario”. Y no me equivoqué. En ese mismo momento, nos fuimos a tomar un café al bar de la galería. Enseguida nos hicimos amigos y empezamos a intercambiar música, libros y demás cosas vinculadas con el