Incapaz de recordarlo y codificarlo todo, la mente humana recurre --y con eso constituye la historia superficial-- a los símbolos, signos o detalles de fácil memoria (anécdotas y asuntos sin aparente importancia sean ciertos medianamente claros y verídicos) para definir con ellos el rostro de una época o al menos de un período político.
A menudo esas referencias inolvidables dan al traste con las vanidosas intenciones de quienes desde el gobierno quieren dejar con su legado (palabra siempre recurrente en la megalomanía política) su huella, su herencia y su nombre.
Todos son Pericles en busca de su siglo y por lo general terminan dándole la razón a Flaubert, quien asegura: con nuestras palabras queremos conmover a los astros y terminamos dando el triste espectáculo de un oso bamboleante a