Por: Emilio Gutiérrez Yance
Cuentan los abuelos de Villanueva, un pueblo adormecido entre campanas y calores del norte de Bolívar, que allí los secretos nunca se guardaban bajo llave, porque el viento, travieso y chismoso, se encargaba de llevarlos de patio en patio como hojas secas.
Sofía, mujer de ojos profundos y labios que parecían hechos de madrugada, era esposa de Antonio, el panadero. Él, con sus manos fuertes, amasaba cada amanecer no solo el pan del pueblo, sino la paciencia y la esperanza de una vida sencilla. Pero bajo la fachada de risas y hornos calientes, Sofía escondía un vacío que ni el aroma del pan recién hecho podía llenar.
Un día llegó al pueblo Ricardo, forastero de mirada oscura y sonrisa peligrosa. Se decía que venía de tierras lejanas, aunque otros aseguraban que