En La Guajira, el hambre no es una cifra: tiene rostro, nombre y edad, es
el rostro seco de una madre wayuu que entierra a su hijo menor porque
el agua no llega, la comida no alcanza y el Estado no aparece. En el Chocó,
la lluvia lo inunda todo, menos las oportunidades, el desempleo se
multiplica, y los centros de salud escasean tanto como los médicos. En el
Amazonas, la selva se defiende como puede, mientras sus pueblos
originarios claman por educación, conectividad y respeto.
Pero esta no es solo la historia del norte o el occidente colombiano. Es
también la historia del Cauca, donde la violencia se mezcla con la pobreza.
De Nariño, donde la economía informal es la norma y la desnutrición
infantil crece sin freno. De Vaupés y Vichada, donde el Estado es apenas
un eco, y los ho