Crónica Meridiana | Jorge Enrique González

Uno se forja un catecismo de negaciones, un manual de urbanidad personal que jura lo protegerá de las calamidades del mundo moderno. Creí, con la fe del converso, que mi biografía jamás registraría una visita a ese sitio. ¿Las razones? Un prontuario casi genético de incompatibilidades con la República Festiva: por decreto médico me está proscrito el alcohol; mi sistema nervioso registra los decibeles altos como una agresión física; mi capacidad vocal confunde el canto con el bramido; y mis extremidades inferiores, y las superiores también, sostienen un pleito histórico e irreconciliable con el ritmo. Añádase a esto una devoción por el silencio monacal, esa deformación profesional del alma heredada de una temprana formación entre sotanas y latines

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