El asesinato de Miguel Uribe no solo destrozó una familia, también expuso la crudeza de un país donde la violencia sigue marcando la vida política. La entrevista a su esposa, María Claudia Tarazona, deja al descubierto un testimonio que es al mismo tiempo humano, desgarrador y profundamente político.

“A Miguel no lo perdí, a Miguel lo mataron”. Con esa frase, Tarazona partió en dos la conversación. No habla como viuda resignada: habla como ciudadana que exige justicia y como mujer que se rehúsa a aceptar la indiferencia de un Estado que no estuvo a la altura. El dolor se transformó en denuncia.

Tarazona recordó la agonía de su familia, la ausencia de respuestas claras, la frialdad con la que el gobierno central manejó la tragedia. Para ella, la muerte de su esposo no fue un accidente del

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