A fines del siglo XIX y comienzos del XX, Argentina atraía inversiones e inmigrantes gracias a reglas claras y una dirigencia política enfocada en el mismo rumbo: crear condiciones propicias para inversores, garantizar que el Estado no obstaculizara la innovación privada y potenciar la integración económica global. La consecuencia directa de este marco institucional fue el crecimiento sostenido , respaldado por olas inmigratorias dispuestas a forjar su prosperidad sobre la base del trabajo.

Esos inmigrantes no buscaban planes sociales, sino la posibilidad de construir un futuro mejor. La cultura del esfuerzo y la meritocracia era palpable: trabajar, formar una familia, educar a los hijos y construir una casa constituía el motor real de la economía argentina, acompañado por productores a

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