A veces, en el gran teatro del cosmos, el sospechoso habitual no es el culpable. Durante años, la comunidad científica andaba de cabeza con el exoplaneta GJ 1132 b, un mundo rocoso a unos 41 años luz de la Tierra. Las observaciones arrojaban datos contradictorios sobre si poseía o no una atmósfera, alimentando un viejo debate astronómico que parecía no tener fin. Unos instrumentos apuntaban a una densa capa de gas, mientras que otros solo veían una roca estéril orbitando su estrella cada 1,6 días. Este tipo de debates son habituales en un campo que no deja de evolucionar, con descubrimientos constantes como el de que pone a prueba los modelos teóricos.
De hecho, la fuente de toda esta confusión no se encontraba en el planeta, sino en su estrella anfitriona. Los análisis previos, incapac