Éramos felices y no lo sabíamos. O al menos eso creíamos. En el pasado tuvimos el zurdazo de Andrés Mendoza al Milán en el San Siro, el derechazo de Jefferson Farfán al mismo equipo en el Philips Stadion, el gol de Claudio Pizarro al Real Madrid y hasta el zurdazo de Juan Manuel Vargas con la Fiorentina. Vivíamos otra época, una donde teníamos embajadores en las principales ligas del mundo. La Champions League era como misa, un ritual que no podías perderte el martes y miércoles en la tarde.

Ahí estuvimos –con amigos en horas de colegio, universidad o compañeros de trabajo pegados al televisor o desde una laptop con Internet- poniéndonos espiritualmente la camiseta del Brujas, Bayern Múnich, Werder Bremen, PSV, Chelsea, Schalke 04 y Fiorentina. Si un peruano jugaba, teníamos que est

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