El pasado 10 de septiembre se conmemoró el Día Mundial de la Prevención del Suicidio. Más que una fecha, debería ser un aldabonazo a nuestra conciencia colectiva. En 2024, 3.846 personas se quitaron la vida en España y más de 75.000 lo intentaron. La frialdad de la estadística contrasta con la magnitud humana del drama: casi 11 muertes al día. Y, sin embargo, seguimos tratando el suicidio como un tabú incómodo.

Las familias y las asociaciones llevan años alzando la voz. Reclaman recursos, equipos especializados, programas de acompañamiento y centros que acojan a quienes están al borde del abismo. La falta de empatía de nuestros gobernantes es dolorosa: mientras, se multiplican los discursos vacíos, escasean psicólogos clínicos en la sanidad pública, las listas de espera desesperan y la pr

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