Podía haberse limitado a ser una estrella. Ya lo había conseguido todo. Pero siguiendo la estela de Walt Whitman, un poeta al que Redford admiraba por su vitalidad y optimismo, él sabía que “contenía multitudes” y esas multitudes no cabían tan sólo en su papel de actor. Desde Hollywood, al igual que Paul Newman, su inolvidable e insustituible compañero en Dos hombres y un destino (1969) y El golpe (1973), empezó a mirar hacia la dirección. En 1980 realizó una película de tanto éxito como fue Ordinary People , reconocida aquel mismo año con cuatro Oscar, incluido el de mejor director. Mejor debut, imposible.
El objetivo era dejar de lado su papel de galán y ponerse tras la cámara. Eran tiempos convulsos en Estados Unidos. Especialmente en lo social, con la guerra de Vietnam coleando