La picaresca, tan habitual en el toreo como en la vida, a veces traspasa la delgada línea entre la astucia y la falta de ética. Lo ocurrido este martes en la Plaza de Toros de Albacete es un ejemplo de ello: un gesto más cercano al engaño que al oficio, protagonizado por un subalterno de la cuadrilla de Emilio de Justo vestido de tabaco y azabache.
Tras finalizar la lidia del quinto toro de la tarde, la plaza empezó a pedir la oreja para el diestro. Mientras tanto, el subalterno, encargado de apuntillar al animal, recurrió a una artimaña impropia de un profesional: fingir dificultades para cumplir con su cometido, y en realidad estaba apuntillado al animal a dos dedos de la oreja, en lugar de en el centro de la testuz. Con ello no buscaba otra cosa que retrasar la entrada de las mulillas