La draga Afonso de Albuquerque de la belga Jan De Nul reposa frente a la costa de Ramallo sobre el río Paraná. La corriente está calma, no hay viento y el mediodía es diáfano. En la cabina de mando, las anchas ventanas filtran el sol en un tono verdoso para que no encandile y el ambiente se mantenga fresco. El suboficial a cargo gira una palanca similar a un joystick y la nave, de 90 metros de eslora y cargada con 4.500 toneladas de arena, empieza a girar como sobre su eje, suave, en un movimiento casi imperceptible. No hay ruido. La creencia de que la draga es un bicho echando humo negro y abrumando el ambiente no existe.
La Capital lo comprueba a bordo. Previamente una pala con un cabezal de cuatro metros y garras de acero se clavó en el lecho para remover la arena, arcilla y barro