Madrid, que siempre tuvo alma de barra, ahora se ha vuelto shaker. El runrún metálico de las cocteleras compite con el chisporroteo de las planchas y el chasquido de las cañas bien tiradas. La capital vive una revolución líquida que ha dejado de ser capricho de dandis para instalarse en las mesas como un invitado más. Lo que ayer era lujo de barra clandestina, hoy es argumento de restaurante con ínfulas : la copa se sienta a cenar, discute con el vino y le gana la partida al café.
El fenómeno no es pasajero. Basta recorrer el mapa reciente para comprobar cómo los oficiantes de barra líquida se han hecho un hueco en la liturgia del mantel. El Tribeca Bistró, con sus aires de Manhattan a la sombra de la Cibeles, marca el compás con música y destilados. Allí un Negroni puede llegar antes d