Dos fronteras científicas, la biocomputación y la biología cuántica, alumbran una tecnología que no solo procesará información, sino que lo hará como parte de la propia naturaleza de la vida.
Durante décadas, el progreso tecnológico ha sido sinónimo de silicio, de máquinas cada vez más rápidas y potentes, pero también más sedientas de energía. Hemos construido superordenadores que imitan la capacidad del cerebro humano, pero que necesitan la energía de una pequeña ciudad para funcionar, mientras que el órgano que atiende en nuestra cabeza opera con apenas 20 vatios.
Esta disparidad ha llevado a los científicos a plantearse una pregunta radical: ¿y si, en lugar de imitar la vida, la usáramos directamente como una nueva forma de computación?
Biocomputación
Esta idea está dando lugar a