Cuando el sereno gritó las ocho de la noche, al interior de la Casa de Moneda -que por entonces no era la sede de gobierno- las parejas se levantaron de la mesa y caminaron hacia el salón. Comenzaba el sarao. Una fiesta para los más encopetados, amenizada con vinos, mistelas, dulces y otras delicias elaboradas por diligentes monjas. La música sonó en el amplio espacio y las damas de alcurnia aprovecharon de lucir sus finos vestidos. Algunas se presentaron vestidas a la usanza mapuche. Había que celebrar a la patria que nacía y todos los simbolismos eran válidos. Pero ese “18” de 1812 era especial. No solo porque el calendario marcaba el 30 de septiembre, sino que en las sombras se fraguaba una inminente rebelión militar contra el gobierno patriota. Y todo se podía ir al carajo.

¿Cómo se i

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