A Sclavo, que lo pinta
Soy periodista desde los trece años y desde muy temprano, con respecto a esa edad, empecé a tratar con argentinos (y con uruguayos). Ya he contado aquí que el primero que tocó a la puerta de mi curiosidad fue Edmundo A. Esedín del Ródano, que llegó a mi pueblo, el Puerto de la Cruz, en Tenerife, como un enviado del mundo.
Nadie sabía allí de dónde salió aquel políglota que en seguida se hizo famoso en la plaza y en cualquiera de los sitios adonde fuera. Hasta que llegó a ser un isleño de verdad que a mi, en particular, me puso a leer a Borges y a muchos de los grandes de la literatura que parecían antepasados suyos o sus amigos.
Fue una suerte para mi vida. Aquella pasión argentina me dio algunas fortunas muy pronto, cuando llegué a Amsterdam, con mi amigo Carlos