Aantonio Rivero Taravillo le gustaban mucho los antiguos lamentos fúnebres de Irlanda y de Escocia, que él mismo tradujo en una antología de poesía gaélica clásica (por cierto, ¿cómo demonios consiguió aprender un idioma tan enrevesado como el gaélico?). Una vez, Antonio me contó que los cortejos fúnebres de las Tierras Altas de Escocia recorrían las calles con un séquito de arpistas y gaiteros que a veces se ponían a saltar y a tocar las palmas. “Parece andaluz, ¿no crees?, eso de tocar las palmas detrás de un muerto”. Antonio Rivero sabía tantas cosas que le llamábamos Riverotaravillo, todo junto, porque parecía que un simple nombre no podía contener las mil sabidurías que llevaba dentro. Se sabía al dedillo la vida de Luis Cernuda, sobre quien escribió una biografía canónica, y podía pa

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