En la última centuria, la autenticidad individual se ha erigido como un valor supremo. La idea de "ser uno mismo" se ha convertido en un imperativo moral que a menudo nos empuja a la expresión sin filtro, a la búsqueda de una identidad única a toda costa. Sin embargo, esta obsesión por la autoexpresión ilimitada socava un valor fundamental que la sabiduría clásica y la filosofía moderna han sabido apreciar: la prudencia o phrónesis. La prudencia no es la simple cautela o un temor al riesgo, sino una virtud activa que nos permite navegar en la complejidad moral de la vida, equilibrando nuestros deseos con las exigencias del bien común. Se sitúa en la deliberación informada y en la capacidad de aplicar principios éticos de manera sabia en situaciones concretas.
La recuperación de la prudenc