En las visitas de Estado suele haber dos narrativas: la de los comunicados oficiales y la de las imágenes. En el caso de Melania Trump, la segunda siempre ha pesado más que la primera. Su viaje más reciente al Reino Unido funcionó como un compendio de su guardarropa y de su relación con la moda: un abrigo convertido en uniforme, un sombrero como máscara y un vestido como escena final. Tres días, tres gestos, un mismo mensaje.
El relato comenzó en el aeropuerto de Stansted, donde apareció envuelta en un largo abrigo de Burberry. No era un simple gesto de cortesía hacia la marca más reconocible del Reino Unido, aunque eso también contaba. Con su cinturón ajustado y el cuello levantado, el trench parecía menos una prenda diplomática que un palacio portátil: rígido, impenetrable, casi cer