Hacía al menos 27 años que el filósofo Arthur Schopenhauer residía en Fráncfort del Meno. Fiel a su misantropía, llevaba una vida solitaria, acompañado únicamente por sus inseparables caniches.
El 21 de septiembre de 1860 , una de las mentes más brillantes del siglo XIX murió de manera apacible, a causa de un fallo cardíaco, en su sofá, después de que su criada llamara a un médico. Días antes, el 9 de septiembre, había sufrido una grave dolencia repentina y le había confesado a Wilhelm Gwinner, amigo cercano y futuro biógrafo, que no temía la muerte, sino la posibilidad de ser enterrado con vida ; por eso pidió que su entierro se demorara lo suficiente. Su deseo fue respetado: el cuerpo permaneció en observación cinco días en un depósito de cadáveres, y el 26 de septiembre, tras una