Caminaba como un cazador, eligiendo a sus presas: mujeres con porte de modelos. Harvey Murray Glatman se les acercaba y les decía que era fotógrafo profesional. Se presentaba bajo diferentes pseudónimos, les proponía que fueran a su supuesto estudio para hacerles una sesión de fotos, con la promesa de armarles un portfolio que las ayudaría a lanzar sus carreras.
Su propuesta era tentadora. En los años 50, Los Ángeles vibraba con promesas de éxito, fama y belleza. Pero Glatman no buscaba modelos para revistas ni portadas. Las buscaba para sus propias puestas en escena, donde la cámara no era un instrumento artístico, sino una herramienta de tortura psicológica. Las sesiones fotográficas no terminaban con una selección de retratos, sino con la muerte.
Fue apodado el “Asesino de los Cora