En medio del olor penetrante de los químicos y el polvo blanco que cubría el aire del improvisado narcolaboratorio que funcionaba en la localidad bonaerense de Maquinista Savio, los investigadores dieron con una placa de hierro gastada por el uso. La figura en bajorrelieve era inconfundible: un delfín. Esa marca, repetida en distintos cargamentos de cocaína incautados en Argentina y en otros países de la región, vuelve a aparecer cada vez que cae una célula vinculada al imperio narco de Reynaldo Delfín Castedo.

Estampado en “ladrillos” de cocaína, el delfín identifica al proveedor, y al mismo tiempo sirve como una suerte de garantía de origen y calidad. Una señal de poder que trasciende fronteras y encarna la persistencia de un clan que, incluso tras las condenas de su jefe máximo, todaví

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