EFE

La Ciudad de México no espera un terremoto por obra de un destino fatal, ni por castigo divino. Su vulnerabilidad es consecuencia de una decisión histórica: haber sido edificada sobre lo que fue un lago.

“Cuando le preguntaron al arquitecto Mario Pani por qué se caían algunos de sus edificios en los temblores, respondió con ironía: la culpa es de los aztecas”, recuerda el arquitecto Iván Salcido, especialista en sismología urbana y estudioso del comportamiento del suelo capitalino.

Según Salcido, el terreno sobre el que se asienta la capital —lodoso, blando y con agua subterránea— actúa como una enorme caja de resonancia que amplifica las ondas sísmicas. No es casualidad que en 2023 se hayan registrado, en promedio, 90 sismos diarios en el país.

La amenaza más seria está en la llam

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