Más allá del carruaje dorado en Windsor y de la pompa del protocolo, l a visita oficial del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, al Reino Unido esta semana se convirtió en un termómetro de la geopolítica internacional que tiene convulso a Occidente.

La escena parecía sacada de otra época: la familia real británica esperaba al mandatario republicano -el único en la historia en ser recibido dos veces por la realeza de ese país- con un desfile militar en la pradera del castillo, un banquete de gala y suntuosos regalos, mientras afuera, a kilómetros de distancia, las calles londinenses se colmaban de personas que con pancartas y arengas protestaban en contra del recibimiento.

Londres quedó fuera del libreto. No hubo paseos por Downing Street ni discursos ante el Parlamento. La visita

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