No era martes y mi profesor tampoco era viejo. Pero sí eran los lunes y jueves, mi profesor estaba joven y tenía una hija de ocho años. No lo visitaba en su hogar, pero sí en mi salón de clases.

Si no has leído el libro cuyo título lleva esta columna, procederé a darte un pequeño contexto: años después de haber egresado de la universidad, un joven escucha del poco tiempo de vida que le queda a su antiguo profesor y decide visitarlo cada martes con la intención de hablar de un tema social para quedarse con la mayor cantidad de aprendizajes que este maestro pueda darle, compartiendo anécdotas y pensamientos sobre la vida, la muerte, los amigos, el valor de la familia y la trascendencia… entre muchos, muchos otros.

Cuando comencé a leerlo sabía que evidentemente soltaría una que otra lágrim

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