“Se estima igualmente a un príncipe cuando es verdadero amigo y verdadero enemigo, es decir, cuando se alía sin ambages con uno en contra de otro”.
El Príncipe.
En una democracia joven y frágil como la mexicana, la crítica al poder no es solo un derecho, sino un deber. Sin embargo, ese ejercicio pierde legitimidad cuando quienes lo realizan —especialmente desde las élites intelectuales y mediáticas— omiten mirarse al espejo.
¿Cómo exigir transparencia al gobierno si se pacta con quienes operan en las sombras de la evasión fiscal, el abuso de concesiones públicas o el monopolio de la información?
La credibilidad de la crítica depende, hoy más que nunca, de una coherencia ética irrenunciable. La democracia exige coherencia de sus defensores.
Las élites intelectuales, académicas y period