Desde marzo, los vecinos de Villa Martita y otros barrios aledaños de Santa Rosa quedaron aislados por un cambio en el recorrido de la línea 8. Una decisión que, según relatan, impactó en su autonomía, su economía y su vida diaria, obligándolos a caminar más de dos kilómetros para acceder al transporte público.
Entras las víctimas de la decisión hay mujeres, niños y niñas (de esta zona y otros barrios), empleadas domésticas, profesoras de apoyo, estudiantes universitarios y personas mayores.
"El primero de marzo, el día que empezaban las clases, mis hijas estaban en la parada esperando, pero el colectivo nunca pasó". Con esa imagen, Julieta, antropóloga, docente universitaria y vecina de Villa Martita desde hace más de 40 años, resume la forma abrupta en que su vida y la de su comunidad