Messi y Cristiano elevaron el listón a una altura tan desproporcionada que ya no se mide en partidos, ni en goles, sino en leyendas. Durante más de una década, el fútbol no se jugó en estadios, sino en un territorio suspendido entre lo humano y lo divino. Lo que vimos con ellos fue un milagro convertido en rutina. Y el hábito de lo imposible se nos volvió costumbre.

Hoy Dembélé levanta un Balón de Oro y la noticia debería estremecernos a los futboleros, pero en el aire flota una sensación extraña, casi ingrata: la de que siempre faltará algo. No es su culpa, es el peso de la herencia. Porque tras Messi y Cristiano, todo parece pequeño, como si la eternidad que construyeron hubiera dejado una sombra demasiado larga.

Ellos convirtieron el galardón en bandera de guerra: cada Balón de Oro er

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