Hace apenas unos años, su nombre era sinónimo de miedo: Al Jolani, líder de Al Qaeda en Siria , con una recompensa de diez millones de dólares por su captura . Hoy, ese mismo hombre camina por las calles de Nueva York, se sienta en la Asamblea General de la ONU y se reúne con políticos occidentales como si nada. Ahora se llama Ahmed al-Sharaa , y su transformación es tan radical como desconcertante.

El cambio empezó cuando su milicia derrocó al régimen de Bashar al Assad , poniendo fin a 54 años de gobierno familiar en Siria. De repente, Estados Unidos vio en él a alguien útil : un aliado capaz de distanciar a Siria del islamismo radical y de la influencia de Irán, y de estabilizar, aunque fuera mínimamente, una región devastada por la guerra.

Su primer gesto fue claro :

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