El 15 de abril, un informe del Banco de México reveló algo inquietante: las temperaturas extremas no solo reducen los rendimientos agrícolas, también elevan la morosidad de créditos firmados apenas unos años atrás. Ese día muchos banqueros entendieron que el clima ya no espera a las políticas: ya está cobrando. L o preocupante es que no se trata de un accidente aislado, sino de una advertencia de que bajo la superficie de los balances corre una deuda silenciosa que casi nadie reconoce .
En el pasado, las pérdidas eran visibles. El Niño en los ochenta, las sequías en Centroamérica en los noventa: cosechas arrasadas, aldeas inundadas, daños claros e inmediatos. Hoy el golpe es más discreto. Fincas que dejan de producir lo prometido, créditos concedidos bajo la ilusión de climas estables,