La vida adolescente se ha convertido en una gestora de la realidad en vez de creadora de realidades.

Nada es lo que parece. Nada es creíble. Lo real no importa, es imperfecto. No se pretende modificar la realidad ni transformarla, sino inventarla, corregirla, y forzar el asentimiento público de una depuración que encaje con el nuevo mapa de la “verdad”. Nos embarga la sensación de que vivimos en un realidad que no está disponible para nosotros. En una “fiesta” a la que no estamos invitados, que no sea en su condición de personal de servicio, sirviendo las copas, los canapés, y regresando al sitio que nos fue asignado, obligados a producir cada vez más, a consumir cada vez más, a bajar la cabeza cada vez más, a costa de vivir alienados para evitar que el sistema se derrumbe.

En esta nu

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