Tras los sustos del verano, el impacto de la inmigración se ha dejado sentir en las perspectivas electorales catalanas. Frente al maremoto de una ultraderecha creciente, la respuesta típica es la de echar la culpa al uso espurio de la inseguridad ciudadana, el no haberla excluido del debate político o su mejor utilización de las redes sociales; a ella se añade la de aquellos que sitúan la entrada inmigratoria, y sus consecuencias, en el sesgo productivo hacia servicios personales. Ambas visiones comparten que la actuación política de las últimas décadas, de derecha o de izquierda, no tendría que ver con su ascenso, algo ciertamente sorprendente dada la generalidad del fenómeno en Occidente, de Corea a Francia o EE.UU.
Les propongo una visión distinta del auge ultraderechista, intentando c