Hubo un tiempo en que las familias soñaban con el terreno, la casa propia y el futuro asegurado. Hoy, ese sueño es casi un chiste cruel contado por la realidad que ríe a carcajadas. Mientras tanto, los jóvenes miran el horizonte con la claridad que da la ruina: muchos desempleados o sin empleo estable, sin créditos accesibles, sin un plan más allá de sobrevivir. Su futuro es alquilar de por vida o volver al cuarto de la infancia, transformados en adultos nómades en su propio país.

La política se viste de ajuste, una economía de espejismo, y el futuro se presenta como una casa en ruinas: sin techo, sin paredes y sin -ni siquiera- un terreno baldío tapado de mugre.

El sueño colectivo de construir futuro terminó siendo un reality donde los únicos ganadores son los que nunca jugaron. Las gen

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