Juan es uno de los poquísimos damasquinadores que quedan en la ciudad de Toledo y no hay aprendices. Cree que todavía se puede salvar la técnica si se aúnan esfuerzos, apuntan a la Escuela de Artes y Oficios, donde se podría enseñar, y propone etiquetar si las piezas a la venta están hechas a mano o a máquina.

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