Hace de esto mucho -demasiado- tiempo. Yo habré tenido diecinueve años y daba los primeros pasos en el periodismo. No me gustaba cómo escribía, lo sentía correcto, sí, pero con poca gracia, sin ritmo o cadencia propia, sin algo que me diferenciara. Parecían crónicas de manual: todo bien, pero olvidables. Por esa misma época había empezado a ir a un (buen) psicólogo y recuerdo haber comentado este tema. ¿Faltaba talento? ¿Cuál era la diferencia entre un texto decoroso y algo singular, bello?
Su respuesta, a la que todavía hoy acudo de tanto en tanto, obvió cualquier comentario respecto de la escritura. El problema no era una herramienta del lenguaje o literaria. El problema era yo. “A medida que te sientas más libre, que estés más seguro, que no quieras seguir un modelo sino crear el tuyo