La política democrática no se mide solo en votos recolectados, sino en la coherencia con la que un dirigente responde a la responsabilidad de gobernar. Entre el compromiso real con la ciudadanía y la conveniencia electoral se abre un abismo que muchas veces queda disimulado bajo la apariencia de la imagen. Ese disfraz, cuidadosamente diseñado para proyectar cercanía y decisión, suele revelar su carácter impostado cuando se confronta con la práctica. Un ejemplo evidente es el de un presidente que, tras casi 22 meses de gestión, jamás visitó nuestra provincia con una agenda dedicada a la realidad fueguina, pero que ahora, en plena campaña, se desplaza al interior para respaldar a sus candidatos. El contraste desnuda la falsedad de una actitud que confunde la representación con el oportunismo

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