Cuando uno hojea a Luciano de Samósata , (120-180 d.C.) aquel sirio bromista del siglo II que se divertía burlándose de filósofos y de mitologías, no puede evitar pensar que la historia de la medicina y de la salud pública está más cerca de la comedia que de la tragedia. Luciano, con su estilo socarrón, ya denunciaba la credulidad del pueblo en terapias disparatadas: atar pieles de león o de gacela a las piernas para curar la gota, porque son animales veloces; recitar conjuros a la Luna para espantar la epilepsia, o venerar estatuas de Hipócrates como si fueran santos milagreros
Uno lee eso y recuerda inmediatamente las ruedas de prensa de la Casa Blanca en los tiempos de Trump, cuando un presidente serio -al menos en apariencia- recomendaba desinfectante por vía intravenosa con clorito